Sunday, April 13, 2008

Cierto día...

Cierto día, poetas y profetas se mudaron a un refugio nuevo,
invitados por el mejor anfitrión al mejor de los banquetes.

En su país, casi no se notó su ausencia,
colocaron monos piojosos en su lugar y uno que otro astuto mercader.

Friday, April 11, 2008

Sueño literario

Un día de primavera desperté entre cantos de pájaros, y me hallé en una plaza, con el cielo despejado y un azul hermoso. No sé cómo, caminando y caminando, pero me encontré en el lejano pueblo de Las Letras.

¿Dónde estoy? Me pregunté en mi interior.

Más allá de la alquímica unión de la tinta y el papel –me respondió, con acentuada pose de solemnidad, aquel hombre que se presentó después como Rubén Darío. Habló durante un buen rato. Fueron instantes muy amenos. Me divertí escuchando pero también mirando los defectos de su rostro juvenil.

Y por más que lo pensaba, no entendía cómo, si yo seguía en la plaza, era transportado a tan suntuosos lugares según se desenvolvía el discurso del poeta. Frente a mí, obeliscos, columnas de mármol, castillos europeos. Jardines reales y aposentos decorados con finas telas y preciosos metales.

¿Qué, perdón? Respondí ante su llamada de atención, todavía embebido en el deleite que a mis ojos traían las hermosas mujeres que sonreían enfrente de nosotros, en uno de tantos jardines que con su voz llamaba.

Sí, son bellas esas ninfas desnudas, dijo. Más bellas estas princesas de piel inocente y de gesto majestuoso, me atreví a añadir. Sólo sonrío. Y se calló.

Ahora frente a mí una esfera, como de mercurio, flota suspendida en el aire. ¡Oh, ya no es sólo una esfera, es una lluvia de granizo argénteo! Poco tiempo ha llovido, miro y todo es blanco, deslumbrado por el suelo totalmente cubierto de la nieve plateada que ha llegado del cielo.



Mi acompañante se calló para que yo pudiera escuchar la música divina que emanaba de un verso que con gallardía pronunciaba Don Miguel. Sí, las palabras que conocemos no bastan para hablar de la montaña que visité entonces. Me dejé guiar por las voces de su cantar, que como finos espejos reflejaban la sabiduría proverbial de la Gracia que movía a Don Miguel.

¡Qué momento en el pueblo de Las Letras -donde también abunda el polvo- que entonces se regocijaba con la presencia de los embajadores del Reino de la Perfección, convidados por un breve ademán de la bellísima Gracia!

¡Oh, Inspiradora! ¡Contigo la Vida! Vaya momento edénico, extático de gozo, sólo pude agradecer la visita de tu sacra presencia entre lágrimas.

Cuando pude articular palabra, sólo musité “gracias”.

Entonces me di cuenta que Calderón de la Barca me acompañaba, y que los dos callábamos sentados en una parada de autobús. Antes de que pudiera pensar en anacronismos y lógicas terrestres, me asaltó una duda que cayó como losa sobre mí:

¿Si la Gracia visita un sueño, es sueño aún o es despertar?