Los últimos minutos del día.  Un día largo, por cierto, y lleno de capítulos.  Capítulos, algunos, hechos de momentos.

Hombre de Dios

Avanzando en esta larga romería, a veces en el mismo camino y con el mismo rumbo encontramos a verdaderos hombres de Dios.  Me admira poder constatar qué gran dicha, qué paz acompaña la vida cotidiana de los hombres de Dios, que desde su plenitud de fe saben hacer partícipes a los afortunados que hallan a su paso. Se agradece con toda el alma el don de su caridad, que han edificado por años y años.

Conviviendo día y medio con un hombre de Dios: qué maravilla, sigo agradeciendo a Nuestro Señor Jesucristo y a María Santísima, el don del cielo que significa en mi vida esta gracia.  La fortaleza del hombre de Dios parece venir de la oración, de algún modo continua en él -como la claridad con que ve la vida, el mundo, los corazones- y que llega a ser tan intensa, que el Espíritu Santo en un vidrio así de transparente brilla con libertad.  Si con él está Dios -y la paz- tan cerca, entre los hombres el hombre de Dios es fiel imagen del Amor Resucitado.