Monday, January 04, 2010

Home So Different, So Appealing?



Con esta inquietante obra de Hamilton,
Just What Is It That Makes Today's Home So Different, So Appealing?, recordé que me había propuesto añadir en este blog un texto sobre la vida humana en tiempos de las nuevas tecnologías de la comunicación, puliendo el fragmento de un escrito de 2008 (del documento que realicé para obtener el grado de Maestría en Educación por la Universidad Anáhuac)


No se entiende la llegada del hombre light sin el concurso de las circunstancias -francamente insólitas- que rodean la vida humana en la actual "Era de la Comunicación". Ya se mencionaron algunas consecuencias de la desterritorialización del mundo, ahora se revisarán algunas consecuencias de la omnipresencia mediática, comenzando por la cuestión de los contenidos, el aspecto más superficial de esta cuestión cuya profundidad alcanza la experiencia, la mente, la cultura: toda una nueva paideia que está moldeando pedagógica y antropológicamente a las generaciones más jovenes, que ahora crecen rodeadas de una atmósfera de virtualidad, debido a la casi ubicua presencia de las nuevas tecnologías de la comunicación en nuestra civilización contemporánea.

La mayor capacidad de transmisión y almacenamiento de datos, y en general, el perfeccionamiento tecnológico de los medios de comunicación, ha aumentado la cantidad de contenidos y su facilidad de acceso: inevitablemente ha multiplicado también la información basura, la pornografía, las posibilidades para la adicción al juego o para la demasía en el consumo, los temas de violencia extrema e incluso los instrumentos para el crimen. Para intentar aclarar esta primera cuestión y pesar el verdadero impacto de la saturación de contenidos, cabe mencionar algunas reflexiones de Susan Sontag(2004), sensible al poder de la imagen por su profesión de fotógrafa:

“Ser espectador de calamidades que tienen lugar en otro país es una experiencia intrínseca de la modernidad, la ofrenda acumulativa de más de siglo y medio de actividad de esos turistas especializados y profesionales llamados periodistas. Las guerras son ahora también las vistas y sonidos de las salas de estar. La información de lo que está sucediendo en otra parte, llamada ‘noticias’ destaca los conflictos y la violencia – ‘si hay sangre, va en cabeza’- reza la vetusta directriz de la prensa sensacionalista y de los programas de noticias que emiten titulares las veinticuatro horas-, a los que se responde con indignación compasión, excitación o aprobación, mientras cada miseria se exhibe ante la vista.” (Sontag, 2004, p. 27)

¿Que queda después de casi un siglo de convivir con la violencia a través de periódicos, revistas o programas televisivos desde la comodidad del hogar? Ya desde el siglo XIX se veían los primeros síntomas de este problema. Gustav Moynier, primer presidente del Comité Internacional de la Cruz Roja, escribió en 1899:

“En la actualidad sabemos lo que ocurre todos los días a lo largo y ancho del mundo…, las descripciones que ofrecen los periodistas de los diarios son como si colocaran a los agonizantes de los campos de batalla ante la vista del lector y los gritos resonaran en sus oídos” (citado por Sontag, p. 28)

¿Qué pensaría Moynier si viviera en estos días? ¿Qué pensaría de nuestros tiempos en que los adolescentes pueden cargar gustosos en su teléfono con multimedia la degollación de soldados o las vejaciones contra prisioneros de guerra?

“Las fotografías de atrocidades eran escasas en el invierno de 1936 a 1937: la representación de los horrores bélicos en las fotografías que Woolf evoca en Tres guineas casi parece conocimiento clandestino. Nuestra situación es del todo distinta. La imagen ultraconocida y ultracelebrada –de una agonía, de la ruina- es atributo ineludible de nuestro conocimiento de la guerra mediado por la cámaras”. (p. 33)

El libro de Sontag se concentra en los horrores de la guerra, pero hoy a través de los nuevos medios (NTICs) nuestros ojos están expuestos a contemplar -con o sin nuestro consentimiento- un sinnúmero de horrores fuera del ámbito bélico: crímenes urbanos, el fenómeno snuff, la pederastía o la pornografía infantil, una vasta variedad de formas de violencia extrema o cualquier tipo de ultraje contra la dignidad humana. Lo que es peor, todo ese caudal de imágenes y sonidos muchas veces se presenta en un formato o en un contexto mediático de ‘entretenimiento’ o de ‘espectacularidad’ -y sin la reflexión consciente y racional que podría motivar una franca postura contra toda forma de violencia. Entender esto último es decisivo para no caer en el error de colocar en una misma categoría todas las representaciones de hechos cargados de algún modo de violencia. En el tercer capítulo de Sontag se favorece tal error. Pero no es igual una imagen de un Cristo crucificado del barroco novohispano que una escena del cine gore posmoderno: un hecho que podría llegar a calificarse de ‘violento’ y ‘sangriento’ en cuanto hace referencia a un asesinato contra una víctima inocente, La Pasión de Cristo, ha sido el motivo de las más bellas representaciones en todas las artes, lo cual ha movido e inspirado a muchos al perfeccionamiento moral y a la no-violencia. Y el mejor ejemplo de nuestros tiempos: el holocausto judío. Cuántos museos se ha ennoblecido luchando a favor de la dignidad humana, con representaciones de los horrores de Auschwitz, cuántas fotografías y excelentes películas se han dedicado a este tema que también podría calificarse de ‘violento’. Las representaciones devotas del martirio cristiano o del holocausto judío no ensalzan la violencia, sino la combaten, tanto por el marco reflexivo y racional que las acompaña, como por el modo de ser representadas. Son representaciones dotadas de sentido y humanidad.

En cambio, dentro del cine de acción o de terror se pueden hallar cintas que realmente son apologías de la violencia, donde se invita a la identificación con personajes abiertamente psicopáticos, presentados como los protagonistas, representados por actores admirados y reconocidos, para encarnar mejor a estos personajes que, simpáticos y exitosos, mientras matan o torturan pueden lanzar -con aire de indiferencia- una frase de agudo sarcasmo contra sus víctimas (como ya podía James Bond años antes que Tarantino). Además de que la violencia se enmarca y engalana con la espectacularidad propia de los medios actuales, sea en filmes o en programas de entretenimiento o de noticias.

En cambio, en las otras representaciones, como en las iconografías de los martirios (donde siempre se venera la probidad y se destaca el valor de personas históricas consideradas como héroes de la fe: lo mismo en el caso de san Sebastián y Esteban que en los mártires modernos como Edith Stein, Gandhi o Martin Luther King), ¿quién podría identificarse con los verdugos si apenas figuran como sombras de los protagonistas? ¿Quién sino un Alex DeLarge, ícono posmoderno, antihéroe aún hoy admirado en diferentes subculturas de la counterculture, el psicópata carismático y "ultraviolento" personaje de A Clockwork Orange? En el filme basado en la novela de Burgess, del encumbrado Stanley Kubrick, puede verse cómo el protagonista lee gustoso la Biblia y se imagina a sí mismo como un soldado romano que con latigazos fustiga a Jesús de Nazareth (Kubrick, 1972).

Pero el problema no queda circunscrito al contenido o a los mensajes propagados en los medios, sino a la nueva cultura que está en formación por el simple contacto cotidiano con las poderosas tecnologías de la comunicación:

“La experiencia no es un mensaje, aunque se nutre de mensajes. En presencia de los medios, podemos estar atentos o distraídos, despiertos o aletargados, pero es en la relación simbiótica con ellos, en sus imágenes, textos y sonidos, en el tiempo que les dedicamos, en el esfuerzo que hacemos para obtenerlos, absorberlos, repelerlos y discutirlos, donde sucede para nosotros gran parte del mundo. Los medios son oportunidades de nuevas experiencias; experiencias que constituyen en sí los principales productos, transacciones y ‘efectos’ de los medios. Éste es el núcleo; el resto son detalles menores”. (Glitin, 2005, p. 21)

El cambio ha surgido con la nueva experiencia de los medios y la misteriosa capacidad de su virtualidad: hacer presente lo ausente, acercar lo lejano, tener la vivencia -vicaria pero íntimamente- de la vida ajena. El cambio implica una revolución de paradigmas -científicos y cognoscitivos-, por lo cual repercute en la forma misma de entender la realidad. Pero no queda en una modificación meramente cognoscitiva o epistemológica, sino que incide social, cultural y antropológicamente, al grado que ahora es posible decir que la nueva paideia ha parido una nueva generación de "nativos digitales", con un campo fenomenológico insólito, global, preñado de valores comunicativos: persuasión, elocuencia, appeal, carisma, estilo, expresión no verbal, apariencia, simpatía y empatía. De alguna manera, la multimedia y la teconología digital han matizado el modo de acercarse a las cosas, debido a la fuerza expresiva y sensacional de su virtualidad.

“Algo se vuelve real –para los que están en otros lugares siguiéndolo como ‘noticia’- al ser fotografiado. Pero una catástrofe vivida se parecerá, a menudo y de un modo fantástico, a su representación. El atentado al World Trade Center del 11 de septiembre de 2001 se calificó muchas veces de ‘irreal’, ‘surrealista’, ‘como una película’ en las primeras crónicas de los que habían escapado de las torres o lo habían visto de las inmediaciones (Tras cuatro décadas de cintas hollywoodenses de desastres y elevados presupuestos, ‘fue como una película’ parece haber desplazado el modo como los supervivientes de una catástrofe solían expresar su nula asimilación a corto plazo de lo que acababan de sufrir: ‘fue como un sueño´).” (Sontag, 2003, p.31)

Ferrés i Prats (2000) contempla una nueva ‘cultura popular emergente’ caracterizada por una suerte de ‘cultura del espectáculo’: “El espectáculo impregna hasta tal punto la vida de los ciudadanos que en las sociedades más desarrolladas han acabado por convertirse en espectáculo desde la política, con sus impresionantes show electorales, hasta la religión(…)” (p. 21). El desarrollo de la presente investigación ha coincidido de hecho con tiempos electorales en E. U. A., y se ha verificado la espectacularidad esperada. Pero entre anuncios y shows electorales, se podría preguntar si la esencia misma de la votación ha sido modificada con las consecuencias indirectas de las TIC y NTIC. De cualquier modo, es posible decir que ha ganado el candidato más ‘mediático’ de la historia de ese país. En este sentido, más que meramente anecdótico, es muy significativo, que McCain haya acusado de celebrity a Obama, colocando su imagen entre Paris Hilton y Britney Spears en un anuncio, y que, como consecuencia, la celebrity Paris Hilton haya lanzado con cínica frivolidad una serie de videos para postular su propia candidatura a la presidencia. Bajo las categorías actuales de éxito mediático –el rating (o cuota de pantalla) y el share- el espectáculo electoral de este año 2008 fue un éxito rotundo, incluso a nivel mundial, y las elecciones (como la Copa Mundial de Fútbol o las Olimpiadas) también terminaron con una suerte de ‘ceremonia de clausura’, frenética, pletórica: el anuncio del ganador y el festejo correspondiente, incluido el baile glamuroso de la "carismática" y "simpática" pareja presidencial.

Para entender mejor a que se refiere Ferrés con el concepto de ‘cultura del espectáculo’, es pertinente la siguiente aclaración:

“No se conoce pueblo alguno a lo largo de la historia que no haya dispuesto algún tipo de espectáculo, pero hasta el momento presente los espectáculos siempre habían estado circunscritos en el espacio y en el tiempo. Había determinados espectáculos, determinados días, a determinadas horas y en determinados espacios físicos. Hoy, gracias a la televisión, al video y a las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, el ciudadano tiene acceso en su propia casa a cualquier tipo de espectáculo, a cualquier hora del día y de la noche.” (p. 20)

Y no sólo eso, la televisión y las NTICs tienen la capacidad de hacer de la realidad misma un espectáculo (Ferrés). Hay una escena terrible en un filme de Oliver Stone (1994) que retrata alegóricamente esta ‘espectacularización’ de la realidad: cuando Mallory Knox, la protagonista de Natural Born Killers, revive la negra historia de su infancia como si fuera una típica serie de comedia en televisión, y así, el personaje trágicamente sufre la violencia intrafamiliar entre risas grabadas de fondo, con música y formato de programa cómico.

Esta sociedad el espectáculo se afianza más aún con otro hecho: nunca ha habido tantas cámaras fotográficas o de video, por lo que Ferrés sentencia: “La omnipresencia de las cámaras ha transformado el mundo entero en un inmenso plató”. La invasión de cámaras viene acompañada de una invasión de pantallas, bocinas y displays, de tal modo que Glitin (2005) se atreve afirmar: “Hoy, a pesar de que el espacio doméstico se ha separado del espacio de trabajo, algo que sólo se podían permitir los burgueses más ricos de la época de Vermeer, el mundo exterior, como venganza, ha entrado en el hogar a través de la profusión mediática”. (p. 25)

Un viajero de otro siglo se sorprendería al ver cómo ahora la vida transcurre con multitud de imágenes y sonidos de fondo procedentes de televisiones, radio, reproductores de audio y/o video, teléfonos, videojuegos… todo ello en un flujo constante, en parte elegido voluntariamente, pero en parte no. Un habitante de la Ciudad de México, por mencionar un ejemplo, manejando un automóvil por el periférico se ve confrontado por una multitud de imágenes provenientes de anuncios gigantes (que comúnmente se denominan ‘espectaculares’) y electrónicos, o bien, de publicidad colocada en autobuses, postes y hasta en la ropa de los transeúntes.

“Debido a que se acompañan siempre de sonidos, en casa, en el coche, en el ascensor o en la sala de espera, las imágenes actuales pueden captar nuestra atención durante gran parte del día. Podemos ignorarlas la mayor parte del tiempo, discrepar o hacer caso omiso de ellas (o pensar que no nos afectan), pero no tenemos que esforzarnos para que se desvanezcan; y aun así, sabemos que podemos invocar su presencia cuando queramos. La plenitud icónica es la condición contemporánea, un hecho que pasa a menudo desapercibido” (Glitin, p. 26)

De ahí que el mismo autor hable de una ‘supersaturación’, de un ‘torrente mediático’, que nos ha llevado a estar ‘enfermos de información’. De manera similar, E. Rojas (1998) ha descrito el ”síndrome del exceso de información”.

Pero toda esta información, por muy estimulante, no trasciende más allá de la mera aisthesis, por lo que no necesariamente se ancla en la razón y en la conciencia. Según Giovanni Sartori aparece una nueva paideia donde la imagen sustituye a la letra. Pero para poder entender toda la gravedad del diagnóstico del Homo videns ha de tomarse en cuenta que nuestra civilización se funda en el carácter racional y comprensivo de la palabra: la historia comenzó con la escritura.

Una nueva cultura basada en la imagen (Sartori), una cultura del espectáculo (Ferrés), una sociedad de la información que es también una ‘sociedad del sentimiento y la sensación’ (Glitin), cultura del narcisismo (Lasch). Era del vacío (Lipovetski). Lejos de aliviarse, con el poder de la imagen se han enardecido los deseos neuróticos de afecto, fama y poder -descritos por Karen Horney en La personalidad neurótica de nuestro tiempo a mediados del siglo XX. Homo videns, homo cyberneticus, hombre light, pero, ¿dónde quedó el ser humano? ¿qué ha sido de las humanidades que alimentaban el espíritu del animale rationale?

“Las letras, las artes, la civilidad, el gusto, con las referencias y los referentes seguros que se daban en los clásicos antiguos y modernos, con todo el patrimonio simbólico y moral de la civilización que transportaban y renovaban de época a época, han sido literalmente ahogados entre nosotros con una eficacia menos brutal sin duda que la de la revolución cultural china o camboyana, pero en el fondo igualmente radical.” (Fumaroli, 2007)

En la vida cotidiana, la influencia de las actuales tecnologías de la comunicación, hoy indudable y decisiva, rebasa las fronteras de las naciones, por lo cual ha facilitado el espejismo cosmopolita que subyuga al hombre light. Pero si se vence el vértigo de información y la sensualidad multimedia, las tecnologías pueden llegar a servir al diálogo y el acercamiento, el autoconocimiento y el reconocimiento de los demás, con una visión más completa de la realidad humana. Pero esta auténtica comunicación requiere el coraje de sanarse de los escotomas y negaciones neuróticas del siglo, puesto que, masiva y globalmente una sociedad light cerca, manipula, oprime; con valores subvertidos prosperan legislaciones deshonestas, propagandas de miedo y represión o de persuasión y seducción sensual, consumismo, modas, tendencias, ideologías, fanatismos y sectarismos, líneas y coacción, imperios de injusticia, espejismos conceptuales y hasta una tiránica ilusión de alternativas: o individualismo autístico o colectivismo impersonal.

4 comments:

quique ruiz said...

Si la mayoría en el mundo, y en este país, es (y ha sido) pobre, me pregunto qué tanto vive esa mayoría las experiencias que mencionas. Esto me hace preguntarme también cuál es la historia de la cultura de las mayorías, cuál es la historia del conocimiento de las mayorías. ¿Su manera de ver el mundo es igual que en la Edad de Piedra, que en la Edad Media, dónde está la mente de las mayorías?

JBF mx said...

Hablo precisamente de personas de generaciones recientes que sí viven rodeadas de tecnologías digitales, incluso de quienes se han criado en un ambiente así, los "nativos digitales". Es decir, no hablo de mayorías, e ignoro si la mayoría vive o no estas experiencias, no es mi tema.

quique ruiz said...

Ah, ta güeno. Es que parecía que hablabas de manera general.

quique ruiz said...

Ya vi otra vez. El contexto era el hombre light.