Saturday, February 02, 2008

Reflexiones sobre Lord of the Flies


I

(el naufragio)



Comienza debajo del agua, la impresionante película de H. Hook (1990), basada en la obra homónima de Golding: “Lord of the flies”; bajo el agua, con la imagen de un hombre adulto que antes de ahogarse, es rescatado por un niño… Hay más niños flotando en el mar revuelto. Es un naufragio. Y son tan sólo niños, acompañados de un adulto moribundo.

Ya mítico, el naufragio, desde tiempos de Homero, ha sido motivo para realizar grandes obras literarias y artísticas: el naufragio es una ruptura de vida, un exilio obligado y fatal en tierra extraña, una situación límite. El naufragio tiene siempre un sabor a nostalgia. Expresa el dolor de la lejanía, el sufrir del corazón humano que anhela regresar a la calidez del hogar.

El naufragio así entendido, se convierte en una alegoría de nuestra vida terrena, perecedera y sufriente: vida que no es vida, nuestra isla es un valle de lágrimas. Y aquí estamos, lejos de nuestra Ítaca, separados por las aguas saladas e indómitas, que nos niegan el colmo de nuestro contento, aquí estamos, esperando el fin del exilio para llegar a ser plenamente.


El Paraíso gime en el fondo de la conciencia,
mientras la memoria llora.
Y es así como se piensa en el sentido metafísico de las lágrimas
y en la vida como el desarrollo de una añoranza.


(Último aforismo del libro “De lágrimas y de santos”
de Emil M. Cioran)


Y entre lágrimas, nos unimos al canto de los más grandes poetas del Siglo de Oro español: ¿qué ser humano no ha musitado, de alguna manera, en algún momento, un “vivo sin vivir en mí” o un “muero porque no muero”…?

Esta vida, teñida de un “sentimiento trágico” (¿quien puede refutar a Unamuno en este punto, no con argumentos, sino con su propia vida?), puede conducir a la desesperación, o bien, a la sabia aceptación de la realidad. Sólo desde tal aceptación es posible actuar para mejorar la realidad, para superar “el gris del presente” (Schopenhauer) con los colores vivos de la virtud.




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